viernes, 18 de septiembre de 2009

Aquí llega Álvaro Sáenz de Heredia


Una apología a cargo de Pablo Maqueda
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Intento no ser mitómano, pero con el paso del tiempo resulta inevitable. Desde mi niñez he ido acumulando una serie de "intocables" en la historia del cine de rangos muy dispares... Ni se los imaginan. Lo que es la subjetividad, oiga.
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Hoy me gustaría hablar de uno de ellos. No sé la razón ni qué motivo me impulsa exactamente a ello, solo sé que debía hacerlo. Estas cosas se hacen cuando uno ha muerto, como un homenaje tardío pasado de fecha. Pero este no va a ser así. Y si alguna vez llegara a sus ojos, me sentiría honrado con llegar a conocerlo y, quizá, poder entrevistarlo. La de preguntas que guardo desde mi niñez.
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El Goya de Honor de la Academia del Cine Español siempre viene acompañado de frases como "De gran aportación a..." o "Precursor del...". Nunca entenderé por qué no ha venido de la mano de un simple y llano reconocimiento no ya a una carrera, sino a una forma de entender el cine muy alejada de la normalidad establecida. Los outsiders no están bien vistos fuera de los límites del apasionamiento (este texto no responde, lógicamente, a cánones muy objetivos).
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Para outsiders españoles, él. El George Marshall o Norman Taurog de los 90 en una España que desayunaba con Leticia Sabater en mallas, comía con Matías Prats (hijo) y cenaba con Carmen Sevilla. Un amor al séptimo arte como forma de entretenimiento en su esencia. Sin preguntarse a sí mismo ni pretender llegar a un público determinado. Al contrario, al máximo posible a través de la comedia oportunista con el cómico o humorista de moda. El mainstream televisivo como visión de negocio y los rescoldos de una España con permanente que solo quería ir al cine de verano del Parque de la Bombilla para degustar sin pensar demasiado sus pipas en chandal, zapatillas de deporte y Ducados en mano.
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Aunque es conocido por sus películas al servicio de iconos pop de reivindicación youtubera como Martes y Trece o Chiquito de la Calzada, Álvaro Sáenz de Heredia siempre ha sido mucho más que eso. La autoría de sus films (en las que siempre ha firmado también el guión, algo no demasiado habitual en las comedias de encargo) nunca ha quedado en entredicho: sus primeras películas -Freddy, el croupier (1982), La hoz y el Martínez (1985) y Policía (1987), previas al arrollador éxito de Millán Salcedo y Josema Yuste- fueron escritas y dirigidas por en solitario, como un verdadero auteur.
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Para la historia del cine español quedan obras como Aquí huele a muerto... (¡pues yo no he sido!) (1990), con un Paul Naschy a reivindicar y unos pechos de Ana Álvarez a enmarcar (en lo sucesivo, aplíquese "unos pechos de" a Esther del Prado, Carla Hidalgo...), o El robobo de la jojoya (1991), ya parte de la memoria colectiva de este país debido a secuencias magistrales como la del juicio a los hermanos ladrones Senén (Josema Yuste) y Martín (Millán Salcedo), que presenta a Josema desdoblado en varias personalidades, o la exposicion del ojo de Nefertiti en las Galerías Preciados de Madrid, decoradas al estilo egipcio, con cocodrilo incluido y todo (una maqueta cuyos dientes fueron realizados por un joven estudiante de Comunicación Audiovisual en prácticas en la empresa madrileña de efectos especiales de Colin Arthur llamado Alejandro Amenábar). También Chechu y familia (1992), deudora del Solo en casa (Home Alone, 1992) de Chris Columbus y John Hughes y cuya frase promocional era ya toda una declaración de intenciones: "¿Es que voy a ser virgen toda la vida?" ¿La recuerdan? Chechu (César Lucendo) era un adolescente que se quedaba solo en casa durante unas vacaciones de verano con ¡Fernando Fernán Gómez y Antonio Flores!

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Cuando parecía que la cosa estaba decayendo -cf. Una chica entre un millón (1994)-, llegó Gregorio Esteban Sánchez (o sea, Chiquito de la Calzada) al programa Genio y figura del genial Pepe Carrol con sus "Maté la caló en agosto" o "Mamarr" que formarían parte del vocabulario de todo joven españolito de pro y que, actualmente, se encuentran a un paso de formar parte de la RAE. Como no podía ser de otra manera, Sáenz de Heredia se hizo cargo de la trilogía del humor del cómico malagueño y sí, señor, lo volvió a clavar. Señores de Cameo, pack en DVD, caja metálica ya por favor.
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Aunque su película más celebrada quizá sea Aquí llega Condemor, el pecador de la pradera (1996), con un Naím Thomas digno (sí, el de la primera edición de Operación Triunfo), pero que no llega a la altura de Bigote Arrocet (ya visto en Freddy, el croupier), excelente comparsa de Chiquito. Sin embargo, la estrella indiscutible es éste, una deidad en forma de personaje que se despacha a gusto durante toda la película a base de torpedos, fistros vaginales, diodenos y piticanes. Pese a la nada desdeñable respuesta comercial, Brácula. Condemor 2 (1997) y Papa Piquillo (1998) -en la que el mono que acompaña a un Chiquito gitano y patriarca es lo único que merece la pena destacar- decayeron como secuelas, por lo que Sáenz de Heredia se embarcó en proyectos aparentemente más sólidos (aunque, en el fondo, de la misma naturaleza explotativa de origen televisivo: en los repartos encontramos a Javier Martín, Valeria Marini, etc.), como Corazón de bombón (2000) o Esta noche, no (2002), y en trabajos catódicos como la famosa serie de Ana Obregón Ana y los siete.
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Mientras tanto, al realizador le crecieron los enanos. Buena prueba de ello son El seductor (José Luis García Sánchez, 1995) o las tentativas de Carlos Suárez como director: Makinavaja, el último choriso (1992) y su secuela Semos peligrosos (uséase Makinavaja 2) (1993), en las que también se aprovechó la popularidad de las historietas de Ivà, con muy buenos resultados; Adiós, tiburón (1996) y Los porretas (1996). Al contrario, echando la vista atrás, encontramos un precursor de postín en el productor Jose Frade, quien siempre ha demostrado su preferencia por un tipo de comedia popular, reaccionaria, amorfa y sumergida en sal gorda, y representa muy bien ese antiguo mainstream nacional: produjo a Mariano Ozores, Jose Ramón Larraz, Antonio del Real o al propio Sáenz de Heredia (La hoz y el Martínez) y supo percibir el enorme valor comercial de films como Buenas noches, señor monstruo (Antonio Mercero, 1982), protagonizada por Miguel Angel Valero, el Piraña de Verano azul, y aquella versión explotativa de Parchís pasada de vueltas, Regaliz; la trilogía Cristobal Colón, de oficio... descubridor (Mariano Ozores, 1982), Juana la loca... de vez en cuando (José Ramón Larraz, 1983) y El Cid cabreador (Angelino Fons, 1983); o La guerra de papá (Antonio Mercero, 1977), con el famoso Lolo García, el Drew Barrymore de la Transición, quien prometía mucho pero que tras Toby (Antonio Mercero, 1978), jamás volvió a las pantallas españolas.
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En la actualidad, Álvaro Sáenz de Heredia sigue rodando películas. En realidad, cada año son varios los títulos que beben, quizá sin ser conscientes de ello, de la combinación de costumbrismo sainetesco y parodia subgenérica característica de sus films. Desgraciadamente, ya no abundan esas mentalidades. Ahora tenemos que conformarnos con un Hot Milk (Ricardo Bofill Jr., 2005) al año, de penosa factura y calidad cómica directamente abisal: ¡Ja me maaten...! (Juan Muñoz, 2000), El oro de Moscú (Jesús Bonilla, 2003), Desde que amanece apetece (Antonio del Real, 2005), Los mánagers (Fernando Guillén Cuervo, 2006) o Ekipo Ja (Juan Muñoz, 2007)...
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Álvaro Saenz de Heredia, el Paco Pil del cine español. Un Chimo Bayo cinematográfico que con R2 y el caso del cadaver sin cabeza (2005) demostró que los viejos rockeros nunca mueren. Que la próxima película siempre está al caer.
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Larga vida al rey.