sábado, 28 de marzo de 2009

Acné y horror pop (y 3)


III. El circo del terror

"¿Cómo te vas a tomar la vida en serio si
cualquier idiota puede pulsar un botón
y desintegrarnos en un instante?"
Inocentada sangrienta

(April Fool´s Day, Fred Walton, 1986)

Viernes 13 es, digámoslo ya, una mal disimulada explotación del éxito conseguido por Bahía de sangre –hasta el extremo de que Pamela Voorhees (Betsy Palmer) aparece con un jersey muy parecido al llevado por Simon (Claudio Volonté) en la cinta de Bava–, La noche de Halloween e incluso Defensa (Deliverance, John Boorman, 1972), aunque sin las reflexiones que sustentan estos films, lo que la acerca inexorablemente al gore primerizo de los 60 –cf. The Ghastly Ones (Andy Milligan, 1968)– y a films como Wet Wilderness (Lee Cooper, 1976); a un grotesco teatro del miedo, a un circo de los horrores.
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La concepción de la cinta es indicativa del espíritu con el que se perpetró: tras un par de tropezones seguidos –Manny´s Orphans (1978) y Here Come the Tigers (1978)–, Cunningham se planteó volver al género y dar a todo el mundo en las narices con una salvajada del estilo de La última casa a la izquierda (The Last House on the Left, Wes Craven, 1972), que él mismo había producido en los albores del terror hippie. Sin financiación, sin guión y sin vergüenza, publicó un anuncio a página completa en Variety que decía: "Del productor de La última casa a la izquierda ya llega Viernes 13". La estratagema surtió efecto y Cunningham apalabró como quiso la distribución con una major, la todopoderosa Paramount. Como en los viejos tiempos de la AIP.
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Por lo demás, nada nuevo bajo el sol. Los adolescentes protagonistas fuman hierba (lo que origina un enfrentamiento con la autoridad local, representada en un par de casposos policías rednecks) y no piensan más que en el sexo, especialmente Ned (Mark Nelson), descrito como el bufón del grupo (a partir de entonces, todo un arquetipo del género), pero a quien el resto considera, en realidad, un estúpido. Las diferencias generacionales quedan reflejadas en la conversación que mantienen Annie (Robbi Morgan) y Enos (Rex Everhart) al principio del film, en la que la joven le reprocha: "Oh, eres de los de antes" ("You´re an American original") –como ya se dijo, Cunningham, pese a su condición de cineasta chupóptero, fue el productor de la seminal La última casa a la izquierda–. Incluso hay una sorprendente, por leve y huidiza, alusión sociopolítica –"No había tenido tan mala suerte desde que ganó Richard Nixon", dice Brenda (Laurie Bartram)–, que aunque no llega a hacerse explícita en éste ni en otros títulos (salvo, quizás, en la cita de Inocentada sangrienta que encabeza este apartado), parece impregnar sus imágenes: la política de confrontación entre los dos bloques no había variado gran cosa y la amenaza atómica surgida en los 50 seguía presente en la mente de todo el mundo (12), por lo que si los adolescentes de Viernes 13 "actúan como descerebrados aun a sabiendas de que hay un asesino rondando" (13) puede deberse tanto a un guión absurdo y malo (y hasta retrógrado) como a una amarga metáfora acerca de una juventud que se niega en rotundo a asumir responsabilidades al verse marcada desde la cuna por la constante amenaza de una muerte masiva...
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En cualquier caso, debido a la nula consistencia del guión y a la torpeza de Cunningham al manejar la noción fílmica de punto de vista (por otro lado, una característica común a muchos de los subproductos explotativos de ayer y hoy), la identificación con los personajes –con las posibles víctimas– es imposible. Al final, la cadena de muertes brutales maquilladas por el especialista Tom Savini se erige en el eje principal de la ficción, junto con el impactante clímax y ese susto final de pesadilla en el más puro estilo Carrie (Brian de Palma, 1976) y Vestida para matar (Dressed to Kill, Brian de Palma, 1980):


Sin embargo, el aluvión de imitaciones, plagios y recordatorios no tardó en llegar. Con la mirada puesta todavía en el American Gothic y los gialli, la primera secuela añadió nuevos arquetipos: el machito borde (prácticamente una parodia del Fred Jones de Scooby-Doo), el pervertido, el chico prostrado en silla de ruedas... De todos ellos, sólo Ginny (Amy Steel), la estudiante de psicología infantil que, entre cerveza y cerveza, se lanza a intentar comprender los sentimientos de Jason Voorhees –quien aparece por primera vez en la serie y cuya indumentaria (antes del mono de obrero azul y la máscara de hockey que se enfundaría en la tercera entrega: ropas de granjero y el rostro cubierto con un saco de arpillera) le hace parecer un siniestro espantapájaros–, sobrevivirá al clásico bodycount nocturno (14).
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El escritor, periodista y blogger John Tones, gran admirador de la serie, da con la clave de la fascinación popular por el personaje: "Susurra al oído del espectador con singular fortuna que nada de de lo que hacemos en la vida tiene sentido, porque estamos condenados a la negrura absoluta de la muerte, posiblemente en condiciones arbitrarias, ridículas, violentas o todo a la vez. Jason Voorhees es una fuerza de la naturaleza que lleva la destrucción, la desintegración, el desmembramiento hasta partículas atómicas de todo aquel a quien se acerca […] Todos caen ante su implacable y lento deambular hacia adolescentes que, irónicamente, disfrutan por última vez de algunos de los escasos y fugaces placeres que proporciona la vida. Jason es el horror absoluto, con su icónica presencia y su turbia génesis, mezcla de casualidad (no consiguió la máscara hasta la tercera película y ni siquiera era el asesino de la primera entrega) y premeditación (el cine de psicópatas de los ochenta necesitaba un Mal Absoluto, y aunque a los cinéfilos más clásicos les gusta recordar que ese Mal Absoluto bien podría ser el Michael Myers de Halloween, la insistencia y ramificaciones de Viernes 13 han acabado cediendo el trono a Jason)" (15).
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Entre esos primeros exploits destacan especialmente El tren del terror (Terror Train, Roger Spottiswoode, 1980), en el que ciertos ritos considerados como de iniciación a la edad adulta, las llamadas novatadas, convierten a un adolescente retraído e hipersensible en un maníaco que da buena cuenta de sus antiguos compañeros en el interior de un tren en el que se celebra una fiesta de disfraces; la estrambótica Noche infernal (Hell Night, Tom De Simone, 1981), donde para ingresar en una popular fraternidad, cuatro jóvenes se ven obligados a pasar toda una noche vestidos de época en un lúgubre y oscuro castillo abandonado en el que un demente descuartizó años atrás a su propia familia, sin saber que éste se oculta todavía entre sus muros; o La quema (The Burning, Tony Maylam, 1981), una producción primeriza de Miramax en la que una broma retorcida, psicótica, demencial y de mal gusto (y van...) manda medio abrasado al hospital al encargado de un campamento de verano, el cual, atrozmente desfigurado, volverá para vengarse...


No se olvidan otros como el delirante Cumpleaños mortal (Happy Birthday to me, J. Lee Thompson, 1981), en el que los jóvenes protagonistas provienen de familias respetables (me refiero a la respetabilidad que otorga el dinero y la posición social aunque se oculten esqueletos en el armario) y, en clara sintonía con los 80, están obsesionados con el deporte y el culto al cuerpo. Pese a estar más cerca del gran guiñol establecido por Robert Aldrich en ¿Qué fue de Baby Jane? (What Ever Happened to Baby Jane?, 1962) y Canción de cuna para un cadáver (Hush…, Hush, Sweet Charlotte, 1964), de los thrillers psicológicos de la Hammer o incluso de algunos gialli que de Viernes 13, el film amplió el modelo y estableció las constantes narrativas del cine de horror venidero: un retorcimiento de la estructura del whodunit (a lo Diez negritos, de Agatha Christie, para entendernos), en el que el guión y la planificación se dedican a sembrar el relato de trampas y pistas falsas, con lo que muchos de los personajes parecen comportarse prácticamente como perturbados mentales –tal y como se dice en Scream, "es una fórmula muy sencilla: Todo el mundo es sospechoso": cf. Alfred (Jack Blum), descrito con los atributos característicos del freak (introvertido, poco agraciado, mirada magnética tras las gafas enormes), es un gran aficionado a la taxidermia (como, veinte años atrás, lo era Norman en Psicosis) y a los efectos especiales de maquillaje (como luego lo será Tommy/Corey Feldman en Viernes 13, capítulo final/Friday the 13th: The Final Chapter, Joseph Zito, 1984); Rudy (David Eisner), el gracioso de la pandilla, demuestra llevar navaja e incluso en un momento parece dispuesto a agredir a Virginia (Melissa Sue Anderson)…–; y del ineludible twist final, que ahora se reproduce casi hasta el infinito, en detrimento de la credibilidad (y el interés dramático) de la resolución (16)...
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Así, ese esquema básico al que alude Tones se reutilizó, sin variaciones sustanciales, a lo largo de infinidad de continuaciones y subproductos stalk and slash (acecha y mata) como Feliz nochebuena (To All a Good Night, David Hess, 1980), Noche de graduación (Prom Night, Paul Lynch, 1980), El asesino de Rosemary (The Prowler, aka Rosemary´s Killer, Joseph Zito, 1981), San Valentín sangriento (My Bloody Valentine, George Mihalka, 1981), Día de graduación (Graduation Day, Herb Freed, 1981), Cumpleaños sangriento (Bloody Birthday, Ed Hunt, 1981), Escuela nocturna (aka Psicosis 2, Night School/Terror Eyes, Ken Hughes, 1981), Pánico antes del amanecer (Just Before Dawn, Jeff Lieberman, 1981), Colegialas violadas (Bloody Moon, aka Die säge des todes, Jesús Franco, 1981), Mil gritos tiene la noche (aka Pieces, Juan Piquer Simón, 1982), Madman (Joe Giannone, 1982), Siete mujeres atrapadas (The House on Sorority Row, Mark Rosman, 1983), Campamento sangriento (aka Campamento de verano, Sleepaway Camp, Robert Hiltzik, 1983), Noche de paz, noche de muerte (Silent Night, Deadly Night, Charles E. Sellier Jr., 1984), El mutilador (The Mutilador, Buddy Cooper, 1985), El día de los inocentes (Slaughter High, George Dugdale, Mark Ezra y Peter Mackenzie Litten, 1986), Cheerleader Camp (John Quinn, 1987), Al filo del hacha (José Ramón Larraz, 1988), Clase sangrienta (Cutting Class, Rospo Pallenberg, 1989)...
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La naturaleza esencialmente mimética de estas películas hizo que muchas de ellas generasen, a su vez, sus propias secuelas. En consonancia con las largas series iniciadas por los films cuyo éxito explotaban, Prom Night dio lugar a Noche de graduación 2 (Hello Mary Lou: Prom Night II, Bruce Pittman, 1987), Noche de graduación 3: el último beso (Prom Night III: The Last Kiss, Ron Oliver y Peter R. Simpson, 1990) y Prom Night IV: Deliver us from Evil (Clay Borris, 1992); Campamento sangriento se convirtió en Campamento sangriento 2 (Sleepaway Camp II: Unhappy Campers, Michael A. Simpson, 1988) y Campamento sangriento 3 (Sleepaway Camp III: Teenage Wasteland, Michael A. Simpson, 1989), protagonizadas por Pamela Springsteen, hermana de Bruce; Sleepaway Camp IV: The Survivor (Jim Markovic, 2002) y Return to the Sleepaway Camp (Robert Hiltizk, 2008); mientras Noche de paz, noche de muerte producía Noche de paz, noche de muerte 2 (Silent Night, Deadly Night Part 2, Lee Harry, 1987), Noche de paz, noche de muerte 3: Posesión alucinante (Silent Night, Deadly Night Part III: Better Watch Out!, Monte Hellman, 1989) y, ya sin nada que ver con el loco disfrazado de Santa Claus de la primera entrega, Ritos satánicos (Silent Night, Deadly Night 4: Initiation, Brian Yuzna, 1990) y Juegos diabólicos (Silent Night, Deadly Night 5: The Toy Maker, Martin Kitrosser, 1991)...
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Tobe Hooper demostró mayor originalidad en la excelente La casa de los horrores (The Funhouse, 1981), que presenta a dos parejas de quinceañeros rijosos como berracos que se cuelan en la citada atracción de una feria ambulante con la intención de utilizarla como picadero. Hay homenajes a La parada de los monstruos (Freaks, Tod Browning, 1932), La novia de Frankenstein (Bride of Frankenstein, James Whale, 1935), Psicosis, La noche de Halloween e incluso La matanza de Texas alimentados por el delirio argumental y el gusto por lo macabro propios de su director y un asesino deforme y monstruoso bajo el completo dominio de un trastornado feriante. Nada que ver con la infravalorada y muy curiosa Fundido a negro (Fade to Black, Vernon Zimmermann, 1980), que adopta el punto de visto subjetivo de su joven y alienado protagonista, Eric (Dennis Christopher), quien prácticamente dirige el relato: "Zangolotino y enclenque, desgalichado y lechoso, atrae la comprensión y simpatía de un público adolescente que, al igual que él, es incapaz de emanciparse, económica y emocionalmente, no se atreve a dar el primer paso, ni ninguno, con una chica que a buen seguro representa una pareja ideal, y, por supuesto, no advierte mayor sentido en una existencia penosa que considera acabada apenas empezar" (17).
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Por supuesto, hubo numerosas protestas y acusaciones contra los slashers –aunque previamente ya sufrían los tijeretazos de la censura–, entre ellas la de sexismo. Sin embargo, una de aquellas primeras explotaciones, The Slumber Party Massacre (Amy Jones, 1982) narra la historia de un grupo de amigas que ve truncada su noche de pijamas por un maníaco armado con un enorme taladro (sic). Por si el simbolismo –que alude, por supuesto, a la impotencia sexual del personaje– no resultara gozosamente evidente (años después, Brian de Palma haría una analogía muy parecida, rebosante de ironía y vulgaridad, en el famoso asesinato de Doble cuerpo/Body Double, 1984), hay abundante carne liberada, insinuaciones por parte del psycho y hasta un poco de sexo lésbico. Una imitación de clara voluntad paródica escrita por la feminista Rita Mae Brown (18):


No obstante, la variación más estimulante la entregó un antiguo compinche de Cunningham, Wes Craven: en Pesadilla en Elm Street (A Nightmare on Elm Street, 1984), un grupo de adolescentes paga los excesos justicieros de sus progenitores, quienes años atrás quemaron vivo al asesino de más de veinte niños del vecindario. Ahora un desfigurado Fred Krueger (Robert Englund), cuya mano derecha termina en unas afiladas cuchillas, se introduce en los sueños de los jóvenes, matándolos mientras duermen. El film, enteramente construido en torno a la interacción entre el mundo real y el mundo onírico, puede ser visto también como un completo catálogo de terrores adolescentes, entre ellos el miedo a la sexualidad o el pánico a la muerte. Asimismo, los jóvenes protagonistas representan, en cierto modo, la (mala) conciencia de sus mayores (estos hacen caso omiso de las pesadillas sobre Krueger que les cuentan sus hijos) al tiempo que revelan su doble moral. Actualmente, Samuel Bayer, conocido realizador de vídeoclips (suyo es el vídeo de Smells Like Teen Spirit, el karaoke adolescente de Nirvana), prepara un remake del film de Craven (19).
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Continuará...

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Notas

(12) De hecho, los 80 fueron años de asueto para los títulos que especularon sobre los efectos devastadores de un posible holocausto nuclear: cf. El día después (The Day After, Nicholas Meyer, 1983), entre otros.
(13) “Géneros y degeneraciones”, texto introductorio a Las diez caras del miedo, de Rubén Lardín, Ed. Midons, Valencia, 1996.
(14) Al menos eso da a entender el abrupto y ambiguo final del film mediante una elipsis que es como un hachazo del propio Jason. Al parecer, John Furey, que interpretó a Paul Holt, el jefe de monitores, abandonó el rodaje antes de que éste terminara, por lo que se decidió que Amy, que moría en el guión, sobreviviese. Nada se nos dice tampoco del resto de monitores, que se quedaban bebiendo en el bar del pueblo.
(15)
http://www.focoblog.com/2008/08/24/psicopata-con-mascara-de-hockey-al-fondo-del-plano.
(16) Ese hijo indirecto del subgénero llamado Psicosis II. El regreso de Norman El (Psycho II, Richard Franklin, 1983), algo así como la copia de la copia, sería otro buen ejemplo.
(17) Carlos Aguilar, a propósito de Willard, el (anti)héroe de La revolución de las ratas (Willard, Daniel Mann, 1971), film con el que Fundido a negro comparte no pocos aspectos: Aguilar, Carlos, “La revolución de las ratas”, en American Gothic. El cine de terror USA (1968–1980).

En este sentido, otros títulos destacables son Psicosis (Psycho, Alfred Hitchcock, 1960), El fotógrafo del pánico (Peeping Tom, Michael Powell, 1960) e Impulso criminal (The Killing Kind, Curtis Harrington, 1973), en los que sus responsables delatan una decidida complicidad con sus jóvenes y trastornados protagonistas.

(18) Por supuesto, hubo secuela(s): Slumber Party Massacre II (Deborah Brock, 1987), Slumber Party Massacre III (Sally Mattison, 1990) y Cheerleader Massacre (aka Slumber Party Massacre IV, Jim Wynorski, 2003).
(19) Sería injusto no citar también la cintas italianas Thrauma (Gianni Martucci, 1980), Nightmare (Romano Scavolini, 1981), Body Count (Camping del terrore, Ruggero Deodato, 1987), Nightmare Beach (aka Welcome to Spring Beach, aka La spaggia del terrore, Umberto Lenzi, 1988) y, muy especialmente, Murderock (Murderock-uccide a passo di danza, Lucio Fulci, 1984), que combinó maliciosamente el giallo alucinado característico de su director con el expolio de las modas del momento: las películas musicales, al estilo de Fama (Fame, Alan Parker, 1980) o Flashdance (Adrian Lyne, 1983), y las slasher movies...

1 comentario:

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