Por Supermierda.
En Sois Honrados Bandidos (S.O.B., Blake Edwards, 1981), Felix Farmer (Richard Mulligan), el productor favorito de Hollywood debido a sus continuos éxitos de taquilla, sufre un estrepitoso fracaso crítico y comercial con su última película (un costoso y acaramelado musical), es abandonado por su mujer, la actriz Sally Miles (Julie Andrews), enloquece y trata de suicidarse de todas las maneras imaginables. Pese a todo, no lo consigue y, en un impulso, decide rehacer el film convirtiéndolo en un producto pornográfico, a tono con los nuevos tiempos y las modas imperantes, y transformar el personaje de Sally, icono hollywoodiense de la virginidad y protagonista de la película, en una ninfómana irredenta. Sin embargo, al final, Farmer muere trágicamente (1).
Muchos críticos han percibido cierto paralelismo entre Farmer y el propio Edwards (pillado en época de desesperados giros temáticos y estilísticos a las secuelas de su gastada saga de La Pantera Rosa), pero tal vez resulte más acertado el que se establecería años más tarde entre el productor fracasado y suicida y el actor, productor, guionista y realizador estadounidense Richard Quine, amigo íntimo y estrecho colaborador del director de El Guateque, al menos durante varios años. Quine, que, tras la crisis del sistema de estudios y varios fracasos encadenados, andaba sumergido en una irremediable decadencia, se descerrajó un tiro en la cabeza en 1989 tras haber perdido toda esperanza de volver a dirigir: en su última película, El Diabólico Plan del Dr. Fu–Manchú (The Fiendish Plot of Dr. Fu–Manchu, 1980), rodada nueve años antes y firmada finalmente por el mediocrísimo Piers Haggard, ni siquiera se había visto acreditado. Hoy en día, y pese a lo legendario de algunos de sus films (Un Extraño en mi Vida/Strangers When We Meet, 1960; Encuentro en París/Paris When It Sizzles, 1964), pocos son los cinéfilos que lo recuerdan. Es uno más de los nombres tras el título.
Pero no siempre fue así. Hubo una vez en que Quine fue el niño mimado de la industria cinematográfica, cuando sus musicales y sus comedias suaves y sofisticadas, e incluso las pasablemente excéntricas, hacían las delicias del público de la época. Mi Hermana Elena (My Sister Eileen, 1955), El Mundo de Suzie Wong (The World of Suzie Wong, 1960) y La Misteriosa Dama de Negro (The Notorius Landlady, 1962), decididamente simpáticas y con memorables apuntes naturalistas, dramáticos o de misterio, son prueba indudable de ello. ¿Cómo es posible que se haya olvidado al hombre responsable de estos films (u otros de igual e incluso superior calidad, como Un Cadillac de Oro Macizo/The Solid Gold Cadillac, 1956, y Cómo Matar a la Propia Esposa/How to Murder Your Wife, 1965)? ¿Se debe a que el cine de Quine fue, casi siempre, un cine ligero? ¿Acaso puede despacharse de forma tan displicente como irreflexiva existiendo Un Extraño en mi Vida?
Muchos críticos han percibido cierto paralelismo entre Farmer y el propio Edwards (pillado en época de desesperados giros temáticos y estilísticos a las secuelas de su gastada saga de La Pantera Rosa), pero tal vez resulte más acertado el que se establecería años más tarde entre el productor fracasado y suicida y el actor, productor, guionista y realizador estadounidense Richard Quine, amigo íntimo y estrecho colaborador del director de El Guateque, al menos durante varios años. Quine, que, tras la crisis del sistema de estudios y varios fracasos encadenados, andaba sumergido en una irremediable decadencia, se descerrajó un tiro en la cabeza en 1989 tras haber perdido toda esperanza de volver a dirigir: en su última película, El Diabólico Plan del Dr. Fu–Manchú (The Fiendish Plot of Dr. Fu–Manchu, 1980), rodada nueve años antes y firmada finalmente por el mediocrísimo Piers Haggard, ni siquiera se había visto acreditado. Hoy en día, y pese a lo legendario de algunos de sus films (Un Extraño en mi Vida/Strangers When We Meet, 1960; Encuentro en París/Paris When It Sizzles, 1964), pocos son los cinéfilos que lo recuerdan. Es uno más de los nombres tras el título.
Pero no siempre fue así. Hubo una vez en que Quine fue el niño mimado de la industria cinematográfica, cuando sus musicales y sus comedias suaves y sofisticadas, e incluso las pasablemente excéntricas, hacían las delicias del público de la época. Mi Hermana Elena (My Sister Eileen, 1955), El Mundo de Suzie Wong (The World of Suzie Wong, 1960) y La Misteriosa Dama de Negro (The Notorius Landlady, 1962), decididamente simpáticas y con memorables apuntes naturalistas, dramáticos o de misterio, son prueba indudable de ello. ¿Cómo es posible que se haya olvidado al hombre responsable de estos films (u otros de igual e incluso superior calidad, como Un Cadillac de Oro Macizo/The Solid Gold Cadillac, 1956, y Cómo Matar a la Propia Esposa/How to Murder Your Wife, 1965)? ¿Se debe a que el cine de Quine fue, casi siempre, un cine ligero? ¿Acaso puede despacharse de forma tan displicente como irreflexiva existiendo Un Extraño en mi Vida?
Como ya indicó Quim Casas en su estupendo estudio sobre Blake Edwards, Quine pertenece, junto con Edwards, Stanley Donen, Gene Kelly y Vincente Minelli, a ese grupo de “autores de comedias, musicales y dramas que, con notables diferencias, participan de un mismo mundo en el que se dan cita la fascinación por Europa y sus culturas, el intimismo, los ambientes sofisticados, la elegancia de los personajes femeninos y masculinos, cierto culto al hedonismo, el drama amable y la comedia rosada” (2). Nacido en Detroit (Michigan) el 12 de noviembre de 1920, Quine, hijo de una familia de actores, debutó siendo apenas un adolescente como actor de reparto en El Mundo Cambia (The World Changes, Mervyn LeRoy, 1933). En los años siguientes siguió laborando como secundario, cantante y bailarín ocasional en numerosas películas, principalmente musicales y thrillers, a las órdenes de William Wyler, John Ford, Lewis Seiler, Busby Berkeley y Richard Fleischer, entre otros. Durante el rodaje de una de ellas, Tish (S. Sylvan Simon, 1942), conoció la actriz Susan Peters, quien también andaba comenzando su carrera. Ambos volvieron a encontrarse en Dr. Gillespie´s New Assistant (Willis Goldbeck, 1942) y, tan sólo un año más tarde, en noviembre de 1943, se casaban. En 1946, tras un accidente de caza que dejó a Peters paralizada del lado izquierdo de su cuerpo, la pareja adoptó un niño, Timothy Richard Quine.
Pero la ambición de Quine era dirigir películas. En 1948, decidió al fin dar el salto y, de común acuerdo con William Asher (luego creador de las beach-party movies), firmaron a medias Leather Gloves, una serie B ambientada en el mundo del boxeo que no desentonaba con la atmósfera noir de algunos de sus films como actor. Quine también produjo. Durante el rodaje, se divorció de Susan Peters, pero se hizo muy amigo de uno de los actores, Blake Edwards, al que convenció de que se dedicara a escribir guiones.
Tras ver el film (4), la Columbia contrató al incipiente director para filmar una serie de comedias musicales y thrillers de bajo presupuesto, entre las que destacan Sound Off (1952), Rainbow Round my Shoulder (1952), Cruisin Down the River (1953) y Drive a Crooked Road (1954), escritas al alimón con Edwards: de hecho, la posterior Marino al Agua (All Ashore, 1954) partiría de una obra teatral de Edwards que éste había representado en Broadway junto a su primera mujer, Patricia Walker. Ese mismo año (1954), Quine, ferviente admirador de Hitchcock (3), dirigiría, curiosamente, una suerte de thriller antecesor de La Ventana Indiscreta (Fear Window, Alfred Hitchcock, 1954) concebido al socaire de Perdición (Double Indemnity, Billy Wilder, 1944): la estimable La Casa nº 322 (a.k.a La Calle 99/Pushover), también con mirón de vidas ajenas y arrebatadora mujer fatal. El film, además de suponer el ascenso de Quine a la primera división, descubrió a la actriz Kim Novak, de la que el cineasta se enamoró perdidamente. La escultural Novak rechazó una y otra vez a Quine, pero se convirtió en el elemento que haría aflorar el auténtico potencial de éste como cineasta. En las películas que hicieron juntos, Quine, más obsesionado a cada trabajo, la filmó como Von Sternberg a Marlene Dietrich, como Bergman a Harriet Andersson, como Godard a Anna Karina. En el más puro estilo Henry Higgins, diseñó su imagen cinematográfica, toda fascinación y sensualidad (la Columbia deseaba lanzarla como réplica a la estrella de la Fox Marilyn Monroe), transformándola en un icono femenino para generaciones de espectadores de todo el mundo (en España, Juan José Porto llegaría a dirigir una película, por otro lado mediocre, que llevaba por título El Curso que Amamos a Kim Novak).
Me Enamoré de una Bruja (Bell, Book and Candle, 1958) y La Misteriosa Dama de Negro, dos de las otras tres películas que Quine filmó con Novak, constituyen junto a las ulteriores Encuentro en París y Cómo Matar a la Propia Esposa la más destacada contribución del cineasta a la comedia norteamericana. Como señaló José María Latorre, su principal característica reside en “su intuición para retratar una cierta forma de sensibilidad contemporánea” (5). Son comedias de envoltorio distinguido que destacan por la elegancia innata de Quine en la manera de filmar personas, objetos y decorados, así como por el interés del realizador en convertir las secuencias corales en fragmentos de musical sin danza, en los que los actores se mueven con movimientos coreográficos en una sucesión de planos de ritmo impecable (esto es apreciable aun en títulos tan lamentables como La Indómita y el Millonario/It Happened to Jane, 1959). Ambas presentan, además, algunos de los que llegarían a ser rostros habituales en las películas de Quine (además de Novak, los estupendos actores Jack Lemmon y Ernie Kovacs), que mantiene un complicado y admirable equilibrio de géneros (comedia romántica y fantástico en el caso de la notable Me Enamoré de una Bruja, comedia e intriga policial en la magnífica La Misteriosa Dama de Negro) sin que el resultado parezca forzado: “No es tanto una amalgama de géneros como una jocosa digresión sobre los mismos, todo ello narrado con una soterrada ironía que juega a placer con los estereotipos representados por sus protagonistas” (6).
Tras frecuentar el melodrama en la preciosa El Mundo de Suzie Wong (punteado con ribetes de comedia) y la desoladora Un Extraño en mi Vida (en la que Quine devino profundo e implacable observador social del lenitivo de las relaciones humanas), el cineasta colaboró con el dramaturgo George Axelrod, autor asimismo de los guiones de La Tentación Vive Arriba (The Seven Year Itch, Billy Wilder, 1955), Bus Stop (Joshua Logan, 1956), Una Mujer de Cuidado (Will Success Spoil Rock Hunter, Frank Tashlin, 1957), Desayuno con Diamantes (Breakfast at Tiffany´s, Blake Edwards, 1961) y Adiós, Charlie (Goodbye, Charlie, 1964), por no salirnos de la comedia.
Axelrod: “(Richard Quine) Era un encanto y tenía muchísimo talento, pero estaba totalmente loco, así que era exactamente el tipo de persona con la que yo me puedo entender. Él y yo produjimos una película totalmente delirante titulada Encuentro en París”.
En ella Quine reunió de nuevo a William Holden y Audrey Hepburn años después de Sabrina (Billy Wilder, 1954) –curiosamente, en Me Enamoré de una Bruja trabajó con la pareja protagonista de Vértigo. De Entre los Muertos (Vertigo, Alfred Hitchcock, 1959), filmada al año siguiente a la película de Quine: recordar, además, en este film el aprovechamiento de Hitchcock de la imagen cinematográfica de Novak diseñada por Quine– para trazar de la mano de Axelrod una mordaz reflexión sobre la escritura de guiones en Hollywood, un singular daguerrotipo de los géneros pincelado con humor vitriólico y colores algo demodé en pleno dominio de la modernidad cinematográfica (al igual que en La Misteriosa Dama de Negro... sí, pero no). Las bromas a costa del viejo Hollywood, pero también de la nouvelle vague, se integran alocadamente pero con absoluta efectividad en el seno de una deliciosa trama de comedia romántica sobre un reputado guionista norteamericano (Holden) y su eventual mecanógrafa (Hepburn) a la búsqueda de una historia que entregar en forma de libreto en el plazo de tres días (7). Y es en esos elementos, momentos donde Quine acaba poniendo su sello más personal.
Entre medias, Quine realizó comedias como Tres Amores en París (So This Is Paris, 1955), Llenos de Vida (Full of Life, 1957), Operation Mad Ball (1957), de nuevo a partir de un guión de Blake Edwards (con quien ideó el argumento de las dos primeras películas de éste, Bring Your Smile Along y He Laughed Last, 1955 y 1956, respectivamente) y La Indómita y el Millonario, una nadería al servicio de Doris Day sobre la que Latorre se preguntaba, como todo el mundo: “¿Qué hacía esa mujer junto a Quine cuando éste trabajaba con Kim Novak en sus días de esplendor?” (8). También la no muy afortunada La Pícara Soltera (Sex and the Single Girl, 1964), film que carga con el sanbenito de ser “una de las peores comedias del cine de los U.S.A. en los años sesenta” (9). Ahora bien, si la puesta en escena es inopinadamente torpe al encontrarse Quine en plenas facultades por aquella época, no es menos cierto que el film está claramente subestimado y no merecía la barbaridad crítica que padeció en el momento de su estreno: La rocambolesca historia de amor y enredos sexuales (firmada por David R. Schwartz y el novelista Joseph Heller) entre Bob Weston (Tony Curtis), editor de una escandalosa revista famosa por difamar a los protagonistas de sus artículos, y Helen Brown (Natalie Wood), virginal psicóloga especializada en temas sexuales que ha publicado una guía para que las mujeres solteras encuentren a su príncipe azul, resulta hilarante, aunque menos original y elegante de lo acostumbrado en el Quine de los primeros 60 y predomine una comicidad chapucera y algo deshilachada. Asimismo, el cineasta se encargó de un melodrama como Synanon (1965), que abordaba el problema de la drogadicción, centrándose en los esfuerzos de una yonqui, encarnada por Stella Stevens, por desengancharse y recuperar la custodia de su hija.
Quine supo combinar las comedias musicales y burbujeantes, de las que seguía siendo, junto con Edwards, un cultivador modélico (10), con su gusto por la crítica de costumbres (bien presentes ya en La Pícara Soltera, cuyos dardos envenenados iban dirigidos contra la mojigatería de la clase media estadounidense, y Un Cadillac de Oro Macizo, que mostraba su miseria moral y la corrupción generalizada; por más que la haya, en Un Extraño en mi Vida la crítica es muy distinta, rasposa y demoledora) y un incisivo y extremado humor negro. Así, pervirtió el modelo de aquellas a base de grandes dosis de excentricidad y mala leche en películas como Cómo Matar a la Propia Esposa y Oh, Papá, Pobre Papá, Mamá te Ha Encerrado en el Armario y a Mí me Da Tanta Pena (Oh, Dad... Poor Dad, Mum Hungs You in the Closet and I´m Feeling so Sad, 1967), circunstancia a la que no fue ajena la labor de sus guionistas: Axelrod e Ian Bernard, respectivamente.
Axelrod: “(Quine y yo) Éramos buenos amigos. Pero nuestra colaboración fue muy inestable. Después de París, me convenció para que lo dejara dirigir Cómo Matar a la Propia Esposa, que tendría que haber dirigido yo mismo. Entonces estaba listo para hacerlo, pero demasiado asustado”.
No deja de ser irónico, como apuntaba Latorre, que un cineasta considerado entonces un excelente retratista femenino filmara uno de los guiones más misóginos (y característicos) de su autor. La historia, 100 % Axelrod, cuenta el descenso a los infiernos del matrimonio de un soltero militante y feliz, el dibujante de tiras cómicas Stanley Ford (un estupendo Jack Lemmon), tras casarse una noche etílica con una bella joven italiana (Virna Lisi): su mayordomo, Charles (el gran Terry Thomas), que le ayudaba a vivir como quería, se despide; engorda, ve su casa inundada de colores chillones... Espantado, planea vengarse a través de su héroe de papel, el agente secreto Bash Brannigan, a quien, de acuerdo con su propósito de no hacerle vivir ninguna aventura que no haya vivido él mismo antes, ha casado también: así, Brannigan asesinará a su esposa. Pero la señora Ford desaparece misteriosamente y el dibujante es acusado de asesinato. Aquí Quine se mostró inspiradísimo como en pocas ocasiones. De acuerdo con la premisa de que Brannigan se basa en el propio Ford (las aventuras que éste corre son fotografiadas, además, por el fiel Charles para que le sirvan de modelo en las tiras de tebeo, multiplicando el juego de referencias), el cineasta integra visualmente los modos del cómic en el seno de lo que está narrando, lo que da a lugar a algunos de los mejores momentos de todo su cine y de la comedia americana de los 60.
En una nueva ironía, el mismo año en que filmó el manifiesto misógino de Axelrod, Quine contrajo matrimonio con la popular cantante Fran Jeffries, diecisiete años más joven. También se estrenaron otras tres películas suyas (Encuentro en París, La Pícara Soltera y Synanon). Eran años de felicidad y esplendor creativo y parecía que durarían eternamente.
(1) El S.O.B. del título original corresponde a “Sons of a Bitch”, en referencia a los ejecutivos de Hollywood.
(2) Casas, Quim. “Blake Edwards. La sofisticación de la melancolía”, Dirigido Por, nº 234 y 235.
(3) Al igual que sus compañeros de generación Donen (Charada, Arabesco), Edwards (Chantaje contra una Mujer, La Pantera Rosa) y Minelli (Corrientes Ocultas).
(4) Y varios cortometrajes cómicos que desconozco: Foy Meets Girl (1950), The Awful Sleuth (1951) y Woo–Woo Blues (1951).
(5) y (9) Latorre, José María. “Un Extraño en mi Vida: La casa del arquitecto”, Dirigido Por, nº 277.
(6) Fernández Valentí, Tomás, a propósito de La Misteriosa Dama de Negro, Dirigido Por, nº 234: En ambos films Kim Novak es nuevamente una mujer fascinante de oscuro pasado, si bien Jack Lemmon en el año de producción de Me Enamoré una de una Bruja aún no representaba el prototipo del americano medio y su papel aquí es muy diferente: el de un brujo infantiloide aficionado al jazz que juega a apagar las luces de las farolas de la calle y a quien deja perplejo el amor humano.
(7) Rob Reiner (otro realizador que parece sufrir una similar decadencia artística) dirigiría años más tarde un inconfesado y desgraciado remake, Alex y Emma (Alex & Emma, 2003).
(8) Latorre, José María. “La Indómita y el Millonario: La vendedora de langostas”, Dirigido Por, nº 285. Pero, es que ni siquiera Frank Tashlin se libró de la gazmoña y asexuada Day: cfr. Una Sirena Sospechosa (The Glass Bottom Boat, 1966).
(10) La principal diferencia entre Quine y Edwards estribaría en la mayor elegancia del primero.
(2) Casas, Quim. “Blake Edwards. La sofisticación de la melancolía”, Dirigido Por, nº 234 y 235.
(3) Al igual que sus compañeros de generación Donen (Charada, Arabesco), Edwards (Chantaje contra una Mujer, La Pantera Rosa) y Minelli (Corrientes Ocultas).
(4) Y varios cortometrajes cómicos que desconozco: Foy Meets Girl (1950), The Awful Sleuth (1951) y Woo–Woo Blues (1951).
(5) y (9) Latorre, José María. “Un Extraño en mi Vida: La casa del arquitecto”, Dirigido Por, nº 277.
(6) Fernández Valentí, Tomás, a propósito de La Misteriosa Dama de Negro, Dirigido Por, nº 234: En ambos films Kim Novak es nuevamente una mujer fascinante de oscuro pasado, si bien Jack Lemmon en el año de producción de Me Enamoré una de una Bruja aún no representaba el prototipo del americano medio y su papel aquí es muy diferente: el de un brujo infantiloide aficionado al jazz que juega a apagar las luces de las farolas de la calle y a quien deja perplejo el amor humano.
(7) Rob Reiner (otro realizador que parece sufrir una similar decadencia artística) dirigiría años más tarde un inconfesado y desgraciado remake, Alex y Emma (Alex & Emma, 2003).
(8) Latorre, José María. “La Indómita y el Millonario: La vendedora de langostas”, Dirigido Por, nº 285. Pero, es que ni siquiera Frank Tashlin se libró de la gazmoña y asexuada Day: cfr. Una Sirena Sospechosa (The Glass Bottom Boat, 1966).
(10) La principal diferencia entre Quine y Edwards estribaría en la mayor elegancia del primero.
2 comentarios:
El curso que amamos a Kim Novak, se proyectará en el Teatro Liceo de Salamanca, el 5 de noviembre de 2008
Se de una persona que ha visto más de una vez "El mundo de Suzie Wong"
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