Debido a las características del formato blog, lo que sigue a continuación es la primera parte de la conversación, especialmente fructífera, que mantuvimos JJ y yo con el director y narrador barcelonés una tarde de la semana pasada. En ella hablamos sobre su etapa iniciática como guionista estrella de cómics y de sus primeras experiencias cinematográficas, así como del traumático rodaje de su ópera prima, cuyo delirante proceso acaba de ser recogido en Making off. En breve, la continuación.
¿Cómo te las arreglaste para trabajar en publicaciones tan diferentes como El Víbora y Makoki (máximos exponentes de la “línea chunga”), Cairo (ídem de la “línea clara” española, o “Nuevo Renacimiento”, y rival estético de la anterior) y las diversas revistas de género de Josep Toutain (Tótem, Zona 84, Creepy...)?
¿Podrías hablarnos de Toutain? A pesar de su innegable importancia como dibujante, guionista, editor, agente y divulgador, es un personaje muy polémico y discutido.
Como decías, a continuación publicaste varios comic–books: Nacido salvaje (1988) y ADN (1989), ilustrados por Fernando de Felipe, Atolladero, Texas (1990), por Miguel Ángel Martín, Los resucitados (1992), por Víctor Barba... Se trata de algunos de los trabajos más interesantes de los mejores dibujantes españoles contemporáneos. ¿Cómo surgieron estas colaboraciones?
Miguel Ángel Martín como te he dicho. Yo era muy fan suyo y lo defendí mucho para que Toutain lo publicase, porque es un dibujante excelente. Cuando venía a Barcelona, dormía en mi casa. Conseguimos que publicara y luego ya se hizo una carrera. La única serie con guionista que ha hecho es Atolladero, que se me ocurre cuando sale Makoki, la revista que reedita Felipe Borrallo. Este hombre me pide una serie y a mí se me ocurre Atolladero, tipo las novelas de Jim Thompson, a quien leía mucho por aquella época. Luego nunca hemos vuelto a colaborar. Cuando hice Atolladero, la película, no conté para nada con él (porque la película no tenía nada que ver con el cómic), y él se enfadó mucho. Yo incluso lo llevé a la rueda de prensa en Gijón, pero desde entonces... Cuando comencé a hacer cine, pasé a ser el enemigo de mucha gente de los cómics, lo que para mí fue bastante terrible. Para ellos era como si hubiese abandonado la nave o les hubiera pegado una bofetada. Y, luego, mucha de aquella gente, de Felipe, por ejemplo, ha acabado colaborando en cine, con (Jaume) Balagueró, etc., aunque entonces fue como si yo estuviera abandonando el barco. Pero para mí el cine era un sueño que, de repente, comenzó a hacerse real.
¿Comenzaste a realizar cortometrajes antes o después de abandonar el cómic? ¿Cuándo decidiste que querías dirigir?
Fue director artístico de Enrique Urbizu, ¿no? En Todo por la pasta (Enrique Urbizu, 1991).
Sí. Álex tenía un fanzine, No, que es una verdadera obra de arte. Y uno de los números era un especial Spielberg, especial (En busca del) Arca Perdida. Entonces todo el mundo en España se cagaba en el Arca Perdida, todos los progres, porque era una cosa yanqui y no sé qué. Sólo había tres o cuatro tipos en España que la defendían a nivel intelectual, que eran Álex y unos amigos suyos. Y a mí me convenció, para qué renegar de ella si era maravillosa. Y hubo un tío al que le dejaron publicar un artículo en el fanzine en el que decía que (la película de Steven Spielberg) no le molaba nada, pero que tuvo los cojones de razonar por qué; era Urbizu. Publicó aquel artículo en contra de Indiana y luego hizo su primera película, Tu novia está loca, que a Álex lo dejó tarumba. Nos escribíamos semanalmente, y me decía: “Este tío va a hacer una película con actores, con travelling, va a mover la cámara y todo”. Tengo una carta suya que dice: “Lengua de serpiente va a meterse y acabaré haciendo la dirección artística”. Así que quien comenzó todo, haciendo un cine que a mí no me gusta, fue Urbizu, que hizo que a Álex se le metiera en la cabeza hacer cine y dirigiese un corto, Mirindas asesinas. El origen, el germen, del cine español joven que hay ahora está ahí.
Recuerdo una crítica de Mirito Torreiro que era un análisis comparativo entre Atolladero y El convento (Manoel de Oliveira, 1995), que también se presentaba a concurso en aquella edición del festival de Sitges, como si tuvieran algo que ver...
Bueno, es que Mirito..., sabes que hace unos años dio el premio de la crítica en un festival en el que era jurado a una película de Manoel de Oliveira que pasaron con las bobinas cambiadas. Y dijo que es que nadie la había entendido, que era la expresión de su lenguaje en estado puro (risas).
Sin embargo, parece que tu segunda película, Platillos volantes, le gustó, te hizo una buena crítica.
En Sitges fueron a por mí. Yo reconozco que Atolladero es una película... irregular. No es redonda y en el libro (Making of) intento explicar por qué, y es que realmente todo se me fue de las manos: hubo muertes... Yo siempre he querido remontarla, llegue a hacer una versión remontada, saldrá en dvd... La reacción de la gente fue brutal, yo no me la esperaba. Entonces era muy ingenuo, no entendía que alguna gente era tan importante. Yo pensaba que hacías una película y luego la veía la gente, y ya está. Pero todo lo de en medio: periodistas, programadores..., gilipollas. Y resulta que son gente de la que no hay que pasar, tienes que bajarte los pantalones, tener mucha diplomacia... Yo no tenía ni idea. Era un chaval de barrio bajo, working class hero, que fue allí en plan chulo y, vamos... En la rueda de prensa, que la cuento en el libro, un tío levantó la mano y comenzó a ponerla a parir, y yo le respondí: “¿Cómo quieres que acepte la opinión de una persona que lleva esa bufanda?”. Se rieron dos personas, y el productor puso los ojos en blanco. Y, con los años, como tú dices, muchas de estas personas (Ramón de España, Torreiro...) han escrito artículos reivindicando la película, que es una cosa que, si hubiese muerto entonces, me hubiera perdido (risas).
¿Aquella entrevista con Ramón de España (o Ramón de Castilla, como lo bautizas en el libro) sucedió tal como la cuentas?
Eso es real; en realidad, en el libro debe haber como 1 % de ficción. Lo que pasa es que Ramón de España ya tuvo su lección, porque lo echaron de El País, y luego hizo aquella película (Haz conmigo lo que quieras, 2003)... El tío fue a saco. Recuerdo que, en la entrevista, nos sentamos y me dijo: “Toma. Esto lo he escrito yo. Si es tu siguiente película te pongo de puta madre”. Y yo, que era un gilipollas, porque ahora lo que soy es un lameculos, le tendría que haber dicho: "Oye, qué maravilla. Pero, por favor, déjame leerlo". Porque desde entonces le tengo pánico a esta gente. Pero, en su lugar, dije: “Mejor no, porque estoy trabajando ahora en otra cosa y te voy a engañar y vas a perder tu tiempo”. En fin, de todos modos, sobreviví. Este mundo es muy violento y, si no das esa imagen pausada, tranquila..., van a por ti. Y yo entonces daba una imagen demasiado dura y un poco arrogante. También es que creo que cuando tienes veinte años y eres arrogante es porque no tienes nada más. Y en lugar de amedrentarte, echas para delante. Y eso no gustó, no gustó nada. Ahí lo pagué.
El guión era muy tarantinesco. De humor negro, muy directo, con muy buenas frases, con un toque como los cómics de Makoki. Pero, claro, cuando a la segunda o tercera semana de rodaje, se muere tu mejor amigo en tus brazos, comienza a derrumbarse el mundo a tu alrededor..., entonces se convirtió en una película triste. Y una cosa muy rara es una película de ciencia-ficción triste. Como la secuencia final de Blade Runner. Ahora está de moda, porque existe Gattaca, muchas otras. Pero entonces la gente no quiso entender.
Era ciencia-ficción, además, con estética de spaghetti western...
El reparto es increíblemente ecléctico, pero muy adecuado. ¿Cómo conseguiste reunir a Iggy Pop y Oriol Tramvia?
(Risas) El primer punk catalán es Oriol Tramvia, una persona de la que llevo años intentando hacer un concierto especial y reivindicarlo, por eso sale siempre en mis películas. Hizo un disco que se llama ¡Bestia!, un directo grabado en 1977 en la sala Zeleste. Cuando , durante el rodaje, se lo puse a Iggy Pop, me dijo: "Esto es sonido Detroit, no puede ser europeo", y luego, cuando conoció a Oriol, con esa pinta de perdedor que tiene, el pobre... Y lo de Iggy fue porque cuando tienes 20 años eres muy audaz y piensas que todo es posible. Estaba un día paseando por las Ramblas cuando vi los carteles del American Caesar de Iggy y me dije: “Es perfecto para el personaje de Madden”. Un amigo mío tradujo el guión y se lo mandamos, al tío le gustó y vino, así como te lo cuento.
En Making of ficcionas el accidentadísimo rodaje de tu ópera prima, pero optas por hacerlo con humor. ¿Cuándo y por qué decidiste ponerlo por escrito?
(Repito la pregunta)
Sí, sí. Pues todo el mundo que veía me preguntaba cosas de la película, del rodaje, y yo nunca quería hablar, aquello era muy doloroso para mí. Pero, de repente, hay un día en el que te sales como de ti mismo y te ríes de todo. Vaya tontería más divertida: la historia de un chaval de veintitantos que arrastra a toda esa gente y gasta todo ese dinero en un juguete gigante. Y piensas: “¿Por qué me escondo, si esta es una historia que puede ser cómica?”. Creo que tragedia más tiempo es igual a comedia; llega un momento en que te ríes de lo sufrido. Es como si a ti te deja la novia, te pasas tres años hecho polvo y, de pronto, un día te das cuenta y te ríes: "¿Pero cómo hice todas esas tonterías por ella?" Ese momento es maravilloso. De ahí surgió el libro. Creo que la literatura ha de ser balsámica. Uno de los grandes vacíos que hay en los libros es el humor. Hay muchos narradores que escriben de una manera demasiado intensa, y, de hecho, la mayor parte de mis autores favoritos son divertidos, tienen una mirada muy divertida. Pensé que aquella experiencia podía ser un libro divertido. Si hubiera sido terrible, trágico, nunca lo hubiera hecho, hubiese sido como hurgar en la herida.
Sí. Nunca lo había pensado, pero sí, tiene esa tristeza. Aunque pienso más en Bajo el volcán... Es un poco una tristeza edwoodiana, sobre el precio que tienes que pagar por realizar tus sueños. Una de las claves que me animó a escribir el libro es que decidí hablar del éxito tras el fracaso. Podía haberlo escrito en plan “he triunfado”, que, para nada, de vez en cuando hago una película y me dejan en paz, me pagan mis juguetes; pero yo no puedo escribir desde el triunfo. Tampoco creo ser un fracasado, pero sí que hubo unos años en que sentí el fracaso muy pegado a mi piel, porque todo el mundo me lo hacía sentir diariamente: la prensa, la gente que me llamaba... Entonces me lo creí. Pero una cosa que aprendes en la vida es que nunca te tienes que creer ni el éxito ni el fracaso, porque son igualmente falsos. Cuando una mañana sales en El País y te llama todo el mundo, ese día es tan mentira como cuando Mirito Torreiro te aconseja que te suicides. En la vida hay un momento en que comienzas a verlo con claridad. Y es en el que me encuentro ahora. He pagado mi precio por llegar a ello. No es que me resbalen las cosas, pero sí que las veo de una manera que me puedo reír de ellas.
Es verdad. Te juro que cuando lo escribí no lo pensé, pero luego sí que me di cuenta. Entiendo que en los festivales es muy guay hablar mal del cine español. Y yo soy una persona que ha hecho un esfuerzo muy grande por hacer cine que no parezca español, quizás la que más. Pero lo quiero, porque son nuestros técnicos, nuestra industria, es lo que hay, ¿no? Entonces ir de guay y decir: “No, a mí me gusta el cine francés, o el iraní”. Pues no, porque tú haces cine en España; plantas un trípode en Zaragoza, y es cine español. Cuando eres un cortometrajista, o un tío que quiere hacer cine, y tienes tu cámara, tu gente, tu equipo y tal, lo que te encuentras ahí delante es España, no estás en Hollywood. Yo digo siempre que hay un lóbulo en nuestro cerebro que es el Orson Welles, el cine que quieres hacer, las películas que te gustan, el cine americano... Y luego tienes otro lóbulo que es también lo que tienes delante, que es España, Paco Martínez Soria: la realidad. Pienso que el éxito es saber juntar esos dos lóbulos. Yo no he podido hacerlo, es muy difícil. Pero sí, por ejemplo, Santiago (Segura). Santiago ha conectado muy bien Hollywood con Paco Martínez Soria, y también Álex (de la Iglesia) en algún momento, no siempre... Pero yo siempre tengo esa lucha como de electrodos. Tienes que hacerlo para verlo. Te das cuenta de que estás encerrado en España, tienes unos técnicos españoles y una realidad española delante. No te tienes que meter nunca en el culo, como hacen otros, el cine que te gusta: entonces estás perdido; pero tampoco tienes que hacer sólo esa realidad. Entonces ese capítulo es una pesadilla que tiene el director intentando conectar esas dos partes. Se trata de aprender a conectar los sueños con la realidad.
Hablando del actor aragonés, al que le dedicaste un texto en Mondo Brutto ("Paco Martínez Soria, ese hombre"): ¿sabías que en Tarazona se celebra un festival de cine de comedia que lleva su nombre?
Sí; pero yo ya no paso por Tarazona. ¿Sabes que por ese artículo fui amenazado de muerte? Amenazas de muerte reales de una asociación que hay en Tarazona de amigos de Paco Martínez Soria. Con faltas de ortografía, mails que decían directamente que venían a por mí... Paco representa para ellos una serie de valores, que yo no puedo con ellos: para mí resulta la España mezquina, una especie de moralismo barato, el subconsciente chungo que tiene España. Lo acepto, pero, claro, mi lucha es contra eso. La reacción a ese artículo fue bastante triste. No sé, es una gente muy rara.
Del modo que describes en el libro a Pere Ponce parece que éste sea en realidad igual que Pedro, su personaje de Amo tu cama rica (Emilio Martínez-Lázaro, 1991).
¿Tú crees? Bueno, esa película la hizo porque así era él entonces. Era como Peter Pan, muy joven, como mágico.
¿Y en Atolladero no aparecía también Ariadna Gil?
Sí, en el sueño con la india, era ella. Pues Pere sigue siendo uno de mis mejores amigos. Es una de las mejores personas que he conocido en mi vida, a nivel de generosidad, comprensión, humanidad... Yo, que era un pequeño nazi cuando empezaba, aprendí a ser un poco más persona por Pere. Es un tío grande, grande de verdad, y muy buen actor.
Cuando el narrador explica por qué ha contratado a José Arenosa dice que su película española favorita era una historia de detectives de principios de los 80 en la que éste había encarnado al protagonista... ¿Se trata de La mano negra (Fernando Colomo, 1980) y de Mc Guffin?
Sí, mi película española favorita con diferencia. Es la gran película.
Recuerdo que el malo se llamaba Boyero...
A Colomo, siempre que me lo encuentro se lo digo, nunca hará nada igual. Y él me pregunta: “¿Pero por qué te gusta?”. No sabe lo que hizo, esa película es maravillosa. Es la hostia. Al parecer, el personaje de Mc Guffin está basado en un amigo de Fernando de los Salesianos. Él me decía: “Nunca he sabido sé si este tío está loco, o lo que dice es verdad”. Porque iba a su casa de vez en cuando y le soltaba: “Estoy preparando unas cosas con Israel y los del Mossad. Oye, te voy a dejar estos prismáticos que me han dado los marines”. Y se iba. Al cabo de un año aparecía y decía: “Ahora estamos con una operación secreta en Afganistán, no puedo contarte nada”. En la película, Joaquín Hinojosa tiene una vida de agente secreto, y el protagonista no se lo cree. Es una película sobre la verdad o la mentira y la necesidad de creer; tú, como público, necesitas creer que es verdad, que la realidad no puede ser tan cutre.
Es como el Johnny (Santiago Segura) de La máquina de bailar, con esa biografía increíble llena de misiones de espionaje internacional y éxitos en la pista de baile...
Sí, en parte de Platillos y otras cosas que he escrito, siempre toco dos temas básicos, que son el éxito y el fracaso, por razones obvias, y luego la necesidad de creer. Precisamente, el guión en el que estoy trabajando incluye una frase que dice: “A nadie le gustaría vivir en un mundo en el que algunas de estas cosas no fueran posibles”. Y es verdad, a nadie le gustaría vivir en un mundo en el que la gente no tuviera nada que decir.
Continuará...
"Constantino juraba siempre por lo más sagrado que aquellos relatos eran absolutamente ciertos, y que los hechos podían ser ratificados por varios testigos, cuyos nombres ponía a disposición de los incrédulos para posibles verificaciones. Pero para mí eso era lo menos importante, ¿qué más daba que todo aquello fuera verdad o no? Yo disfrutaba como un niño con Constantino. Nos sentábamos en pijama en uno de los bancos del patio y le escuchaba con atención. De alguna manera me sentía como el joven grumete de La isla del tesoro, hipnotizado por las increíbles historias de piratas del viejo Long John Silver."
La química del desastre.
6 comentarios:
Esperamos impacientes la segunda parte.
Y aclaro la entradilla: estuve presente en la entrevista, pero me limité a ser testigo (mudo además). Exclusivamente hice las fotos. Todo el trabajo es de Desperdicios.
Un servidor también espera impaciente la segunda parte... cuando trateis sobre Platillos Volantes... la mejor película española de la última década. Un saludo!
por qué este tio no tiene ocho goyas y otros soplagaitas salen hasta en la sopa? Qué país, señor, qué país!
Enhorabuena Desperdicios, es una entrevista increíble. A mí Atolladero me encanta. ¿por cierto, has visto Repo Man de Alex Cox? Tiene ratos que recuerdan mucho a esta generación (alex, Oscar...comic)
A este tío no le irá bien nunca porque ha sido un ladrón y un estafador, al menos conmigo lo fué ...me robó mucho dinero y me utilizó y la vida es muy justa, por eso nunca le irá bien, porque no se puede ir abusando de la gente, dejando tirada a la getne que se porta bien contigo y luego pretender que te vaya bien eso pasa factura...así que si por mi es le pueden meter los ocho goyas por el culo uno a uno...hasta que los vomite por esa bocaza de capullo pseudo-bon vivant a costa de otros que tiene...y sus películas son mediocres, que vea celda 211 y aprenda...humildad y respeto capullo.
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