ser leídos: éste es nuestro objetivo;
decir la verdad: éste es nuestro medio".
Ajustándonos a esta división, la primera etapa va desde Sr. Chinarro (Acuarela, 1994) a La primera ópera envasada al vacío (Acuarela, 2001) o a Despídete del lago. Las rarezas de Antonio Luque 1993-2001 (Acuarela, 2001), que es como su propio nombre indica una recopilación de descartes y caras bes de toda esa primera fase. Y la segunda engloba del Cobre cuanto antes (Acuarela 2002) hasta El mundo según (Mushroom Pillow, 2006) [Teniendo en cuenta los eps, la primera etapa incluye desde Pequeño circo (Acuarela, 1993) a La tapia de perejil (Acuarela, 2002) y la segunda, por ahora y que yo sepa, ninguno].
David Belmonte estuvo en Sr. Chinarro durante gran parte de la primera etapa (llamadlas como queráis, faltaría más. Yo me quedo con la división siniestra/diestra), en Compito (Acuarela, 1996), El porqué de mis peinados (Acuarela, 1997) y Noséqué nosécuántos (Acuarela, 1998). Repasemos…
Sr. Chinarro venía de abrir el catálogo de Acuarela con su primer largo homónimo. Un álbum gélido, deprimido, pusilánime, dengue por momentos. Entre las sombras de Sr. Chinarro (Acuarela, 1994, aún sin Belmonte), se adivinaba ya la silueta de lo que estaba por venir: los juegos infantiles, el surrealismo, el dadá, en esas imágenes tristísimas de niños helados y canelas venenosas, en las melodías melancólicas, en el sonido intimista y en esas letras tan insólitas que daban más que pistas del futuro inmediato. Un debut interesante y prometedor. Pero es un Sr. Chinarro todavía demasiado tímido, que aún da incluso un poco de vergüenza ajena (“pero tú de qué vas, ya no pisaré tu dique de broma en la gominola, bye bye”, se atreve a decir don Antonio; también da cosa la pronunciación en inglés guachiguá con que se canta algunas canciones).
Con la llegada de Belmonte en el titulado muy significativamente Compito (Acuarela, 1996) no se montó la juerga padre, como parecen insinuar algunos, a pesar de estar grabado en Tarifa y de que Belmonte llevase consigo su colección de instrumentos de juguete. Pero sí se confirmó lo que estaba sólo apuntado a lápiz, lo que no quedaba claro si había sido fruto de la simple casualidad. Como pasa en todos los segundos discos, vamos. Sigue siendo una música tristona, arrastrada, de bajón, con un imaginario muy poco habitual en la música española de aquella época, tan anglófila y tan desarraigada. Sr. Chinarro se mantendrá siempre en el límite justo de lo andaluz y de lo español sin cruzar la delgada línea del cliché, aprovechando la riqueza de lo popular, de las frases hechas, de los juegos de palabras, del imaginario colectivo, incluso de los sonidos tradicionales (en En el arroyo del Belén, por ejemplo, donde la música es absolutamente de paso semanasantero, y se habla entre otras cosas de sopas de letras y papeles de plata). Evidentemente España y Andalucía son demasiado grandes para hablar de “lo español” y “lo andaluz”, como recuerda David Belmonte en una entrevista larguísima aún por publicar. Pero esa es la impresión más inmediata al oír al Chinarro de entonces. No es habitual oír algo similar a lo español (exista o no, nos entendemos) en la música pop, y mucho menos fuera de insultos costumbristas "politónicamente" correctos a lo Bisbal (hoy tal vez algo más. Pienso en Astrud, en los últimos Planetas. Quizá estemos empezando a recoger los primeros frutos sembrados por estos sevillanos). A mí su música me evoca imágenes de la España post-desarrollista, tardo-franquista o de la primera transición, la del cine del primer Carlos Saura, o la del Berlanga más trágico. A Buñuel incluso, pero menos. Trae a la memoria caserones del tipo Mamá cumple cien años o Cría cuervos, llenos de sobres con bicarbonato, nubes de humo, vestidos apolillados, vespinos oxidadas y San Antonios benditos. Música mediterranea, pero a lo Amarcord. Paolo Conte al baño maría.
El tándem de El porqué de mis peinados (Acuarela, 1997) y Noséqué nosécuántos (Acuarela, 1998) es la total consagración de un estilo, la seguridad de haber encontrado una voz y un sonido con los que se está cómodo. Comienza el Sr. Chinarro de los títulos geniales (El porqué de mis peinados, El libro gordo de Peut-être, Angel Christ Supestar –de las sesiones de El porqué…, incluida en el recopilatorio del FIB 97–), los dobles sentidos (“sírveme de más, sírveme de más”), las imágenes maravillosas (“con las barbas en la espuma, rendida a tus pies”, “la ropa tendida, nadie en la parada, la ronda de los capuchinos”) lo popular (ese Quinto levanta que se cuela de repente en Tu casa o la mía, ese “falla mi vista, fallera mayor”, las referencias al deporte, con joyas como “él juega en casa y cree que va ganando” o “hablan de buenos partidos por las huertas de Sevilla, móntate aquí y pedalea, dale la vuelta a la tortilla”, que culminarán en el título del ep La pena máxima, ya sin Belmonte). También, lo religioso (destaca el himno Santateresa –que da nombre a su club de fans, Mártires de Santa Teresa, creo que hoy extinto–). Y, rizando el rizo, los preciosos coros de Sandra. Las letras de Sr. Chinarro se confirman como algunas de las mejores de la historia de la música pop en español. Mezcla la profundidad que habitualmente sólo han tenido los cantautores (pienso en Paco Ibáñez o Chicho Sánchez Ferlosio) con sonidos mucho menos limitados. Suena anglosajón en la forma, sobre todo inglés (Orchestral Manoeuvres in the Dark, Joy Division, Red House Painters –yankees pero en la inglesa 4AD–, The Cure, los primeros The Field Mice) y muy español en el contenido. Se adivina un pensamiento crítico, inconformista, detrás de muchas de las canciones (“Haz el primo, como hacen los demás. Di te quiero, zarpa a la ciudad”, canta Luque en A la luz de dos velas). Se da una mezcla de lugares comunes revisitados, de juegos de palabras sorprendentes, de frases hechas destripadas, de gracejo, de ingenio, de absurdo, de greguería. Historias que cuentan cosas al modo de la imagen-relato que preconiza Pavese en sus diarios, dando pinceladas rápidas, bosquejando más que fotografiando, aludiendo más que sentenciando, abiertas siempre a la interpretación. “Almidonada en tu uniforme azul, hipercajera, lista como el hambre, llevas en las medias tu carrera”, dice en Miramos en la caja.
Belmonte le da a estos tres discos un toque de falta de profesionalidad, de ausencia de pretensiones, de pitorreo. Y a la vez de credibilidad. No se puede cantar como cantaba Luque acompañado por una banda cum laude en el Berklee College of Music. No se puede ser absolutamente preciso con un instrumento y hacer una música como la que aquí quedó registrada. Lo que hace a Chinarro excelente son sus letras, apoyadas por la música. Jamás será al revés. ¿Antonio Luque acompañado por Mogwai, por M Ward, por la Weather Report? Nunca. A mi me encanta la voz de Luque, pero no pagaría por un disco de estándares de jazz cantados a capella por él. A las letras de Luque, a su voz, le pega un acompañamiento más deslabazado, menos profesional, más (por muy mal que suene el dichoso término) lo-fi. ¿Quién escucha a Chinarro sólo por la música? Chinarro jamás será un grupo de músicos, para músicos. Encontrarás infinitamente más gente con cultura literaria que musical escuchando al primer Chinarro.
David Rafael Belmonte ha sido hasta la fecha el compañero perfecto de Luque porque tenía todo lo que don Antonio necesitaba. Como la posibilidad de que se reagrupen es más bien nula, consideremos estos tres discos como una maravilla irrepetible. Alegrémonos de que Luque y Belmonte se conocieran.
20-11-07
Re-enciendo la colilla que hace apenas diez minutos acabo de apagar. Ya no me quedan pitis. Soy fumador de un paquete al día (diecisiete cigarrillos en Deustchland). El sistema y mis adicciones me tienen atrapado en este momento. Tengo un trabajo en el que me pagan cincuenta y cinco euros la jornada de ocho horas, más propinas, unos seis o siete euros. Lo que hacen un total de sesenta y dos euros. Cobro al día, es decir, termina jornada y me dan mis sesenta y dos euros en la mano. De esos sesenta y dos euros, con lo que me quema siempre el dinero, cada día, meto cuatro en la máquina de tabaco de mi propio trabajo, y una vez a la semana compro treinta euros de porros a un pizzero. Lo que supone un total de doscientoscuarenta euros al mes en intoxicarme. En excitarme y en relajarme. Fatal.
Hasta aquí son sólo mis adicciones las que me tienen atrapado pero he citado al sistema precisamente por qué es el que se encarga de que lo tenga todo muy a mano. No hablo de mi trabajo ni de mi jefe, nadie me tiene que convencer para que fume. Sin embargo considero el tabaquismo como una enfermedad social de la clase obrera, o sea, yo. Pero sin hablar de esto a nivel personal creo que está claro que de esos cuatro euros al día de tabaco, el estado se queda con tres como poco, porque producir un paquete de tabaco, publicitarlo y distribuirlo no cuesta más de un euro por cajetilla ni de coña. Entonces, son más de noventa euros de impuestos extra que pago al mes por ser fumador. Es una pasta: mil ochenta euros al año que dejan claro que al estado le interesa que fume. Debería dejarlo. O crear una empresa de cigarrillos.
Sin embargo, he decidido dedicarme al cine, y también en esta industria el sistema es tirano y deshumanizado. Pongamos que hago una película. Finalmente, consigo rodarla, montarla y sonorizarla de una forma independiente, pues bien, podría ser mejor o peor, podría haberme proporcionado un mayor o menor grado de satisfacción personal, pero habré conseguido hacer una película autosuficiente, lo cual no es tan difícil teniendo en cuenta que puedes tener una cámara de video desde 100 euros y lo demás es todo inventiva y voluntad.
La trampa está en la distribución, en que una vez tu película está lista debes hacer copias de exhibición y exhibirla. Las distribuidoras y las salas quieren su parte del pastel y han de ver la posibilidad de hacer negocio con tu arte, ellos tienen la sartén por el mango, pueden hacer que tu película se vea en todas las salas comerciales o mal estrenarla en un cine una semana y dejarla morir olvidada. Eso, si se estrena.
Pero ahora el autor independiente tiene una nueva arma contra el sistema: es internet, como no. Hasta ahora nos han vendido que el cine ha de ser visto en su sagrado templo de culto, en su sagrado templo de exhibición, las salas. Después se degrada al dvd para su disfrute doméstico. También puedes bajarte de internet una copia pixelada y con las sombras y toses de aquellas personas que un día la disfrutaron en el cine.
No siempre es así, hay también trabajadores de las productoras, postproductoras o distribuidoras que o bien por propia voluntad o bien por dinero consiguen colgar una copia antes de tiempo. Esto suele ser una catástrofe para los creadores industriales y para los consumidores de cine más puristas. Pero hacen las delicias de aquellos que gustan de disfrutar de los films antes de tiempo o de aquellos a quienes nos gusta ver películas que nunca se estrenarán en nuestro país ni en salas ni en dvd. Luego tal vez venga el “yo ya la he visto, pero ahora quiero verla en el cine”.
Esta es nuestra baza. Solo hay que reinterpretar el orden de los acontecimientos, se le puede dar fácilmente la vuelta a la tortilla, haciendo que ese usuario que baja películas, vea la tuya, la descargue gratis y haga tantas copias pirata como quiera y las distribuya entre sus amigos y familiares, las exhiba en autobuses, bares y todo ese tipo de lugares públicos donde normalmente está prohibido hacerlo sin haber pagado los derechos de exhibición. Eso dice siempre al principio de los dvds, que además advierten de que cometer alguno de esos delitos daña al autor y no sé qué mierdas, cuando a quien realmente daña es al propio sistema y aquellos que se enriquecen a costa del trabajo y del talento de los demás.
A donde quiero llegar es a que existen sistemas de distribución alternativos, directos, de creador a consumidor y que pueden reinventar no solo la industria del cine sino el propio cine. Pongamos que hago la película o que cualquier persona capaz y sin pudor alguno la hace, sin más medios que su cámara doméstica. La película no es la hostia pero que no está mal y la quiere estrenar. Piensa que sus vacaciones en cualquier isla griega o el pedazo de festival que se pego este verano merecen la pena a full sin cortar ni un fotograma, por qué no. Pues bien, según el sistema de distribución en el que vengo pensando sería posible ver esa película o ese video doméstico o llámalo x, en una sala de cine, todo dependería de la fidelidad de su público.
Me explico. Una vez la obra existe, una vez tú película ES, puedes crear un dominio, una página web desde la que puedan descargarla completa, con la mejor calidad posible y con los subtítulos en el idioma que se quiera, y es el usuario quien decide cuanto quiere pagar por tenerla, desde cero a infinito. Hasta aquí todo normal, incluso Radiohead lo han hecho con su último álbum queriendo reinterpretar la industria musical. No sé cuan positiva les habrá resultado la experiencia pero en el caso del cine realmente independiente puede ser mucho más gratificante ya que no solo puedes descargar la película de internet sino que además tú decides si te gustaría gozar de ella en el cine. Si cada euro que cada usuario paga por descargar tu película de internet se destina a sabiendas del propio usuario a las copias de distribución en cine, se puede crear una corriente en la que el usuario paga su entrada por adelantado, descarga tu peli, paga el precio que le venga en gana y recibe además de la descarga de la película una clave en su correo electrónico que es canjeable por una entrada gratuita de cine, incluso si no ha pagado nada. Eso es la hostia. Porque el propio consumidor sabe que si no paga será del todo inviable ver la película en el cine y que si paga, por poco sea podrá disfrutarla gratis en las salas. No es difícil de entender, es el proceso actual a la inversa. Tu película se estrena en internet sin alfombras rojas ni glamour barriobajero. El consumidor decide si quiere verla en el cine y actúa en consecuencia.
Las salas no viven de los seis o siete euros de la entrada sino de las palomitas y la Coca-cola grandes y gracias a las donaciones recibidas por internet tendrán una estimación muy aproximada del público potencial de tu film con lo que este no deberá estar ni un solo minuto más del estrictamente dictado por tus descargas ocupando su programación, salvo sorpresa claro. Con lo que la o las copias de tu película estarán en las salas solo el tiempo necesario para que tu público las disfrute. Dependiendo del número de descargas de tu obra, de las donaciones y de donde procedan éstas, la o las copias estarán más tiempo en una ciudad que en otra, pero éstas, al no tener un dueño, salvo el autor y el propio público que esté interesado en la mayor difusión de la obra, podrán estar dando vueltas por los territorios hasta su completa destrucción por puro desgaste, y de forma gratuita ya que el beneficio que era su propia distribución ya se ha logrado. Habría que ver la viabilidad de esta utopía pero es algo que a priori me parece muy bueno, un concepto realmente fuerte y la evolución natural de la industria cinematográfica. Si las propias salas consideraran que no ganan lo suficiente con la distribución gratuita de tu film siempre se podría pactar con los dueños de estas un precio reducido que correría a cargo del fondo conseguido de los usuarios que ya pagaron lo que les vino en gana por internet o un precio super reducido para los consumidores in situ.
El cine ha muerto, ¡viva el cine!
por Ion de la Merde
Fotos:
Señor lleno de caca: David Nebreda. Ion como Marqués de la Côte de Saint Vincent: Aida Páez.
(1) Que ya habían llevado a cabo con bastante mejor fortuna Blake Edwards y Richard Lester en las más divertidas La Carrera del Siglo (The Great Race, 1965) y El Cobarde Heroico (Royal Flash, 1975).
Dowd recorre incansable todos los festivales de cine independiente que es capaz y su presencia se ha hecho ya habitual e imprescindible en este tipo de acontecimientos. Habla de su labor con satisfacción, aunque, al parecer, sus actividades no son tan ordenadas ni su trabajo tan meticuloso como pretende hacer ver en las entrevistas.
Sin embargo, el resultado de tanto esfuerzo queda patente y, además de Sangre Fácil, cuenta con un buen numero de films de cierto éxito, tanto pequeñas producciones como grandes hits. Entre ellas, Buscando a Susan Desesperadamente (Desperately Seeking Susan, Susan Seidelman, 1985), Carros de Fuego (Chariots of Fire, Hugh Hudson, 1981), Juegos de Guerra (WarGames, John Badham, 1983), Besando a Jessica Stein (Kissing Jessica Stein, Charles Herman-Wurmfeld, 2001), e incluso grandes superproducciones como Gandhi (Íd., Richard Attenborough, 1982), películas de animación como Ferngully (Ferngully: The Last Rainforest, Bill Kroyer, 1992: la de las haditas del bosque) y largometrajes documentales sobre Neil Young (Neil Young: Heart of Gold, Jonnathan Demme, 2006) o Metallica (Metallica: Some Kind of Monster, Joe Berlinger & Bruce Sinofsky, 2004; aunque nunca participó en su gira Speed of Sound como asegura en la película, que trabajase con ellos posteriormente fue sólo casualidad).
Actualmente, se encuentra inmerso en la escritura de un libro, The Dude Abides Clasical Tales and Rebel Rants, cuya publicación aguardamos con ansia (y seguramente en balde, ya que dudo que ninguna edición consiga penetrar los muros de nuestra aislada península).
Diario de rodaje 25/10/07
Llevo mucho tiempo queriendo hacer una película, no tanto como el que tarda el mar en desgastar las rocas y desde luego no tanto como el que tarda el enamorado desdichado en olvidar... Mucho tiempo, tal vez desde que terminé de estudiar cine o tal vez un poco más.
Hace unos dos años y medio que rodé y monté un cortometraje con presupuesto cero y que nunca vería la luz llamado Loreto y Yo. Era mi primera incursión en el mundo de la realización en serio, en serio no por la profesionalidad, sino por la intencionalidad. Quería contar una historia, quería que lo que a mí me afectaba, que lo que yo veía de universal en mi propia vida llegara a los demás, una especie de Espejo Público pero íntimo. No funcionó. No era bueno, no había elementos que lo hicieran cinematográficamente atractivo, no había emoción ni tensión. No era bueno para el espectador, pero era un comienzo. Para mí lo era.
Desde entonces son ya cuatro los cortometrajes a los que he dado forma con mayor o menor éxito (Berlín 19 grados y Botones Indefinido en el 2005 y Ulcer y Amor y Pizza en este año 2007, todos ellos selfproduced). Con éxito me refiero a las críticas recibidas de personas capaces a las que admiro y respeto y sobre todo al grado de satisfacción personal. También llevo un par de proyectos fallidos inacabados en la mochila. Y pesan.
El 2006 año en el no realicé ningún cortometraje (a excepción de Mardi et Mercredi una pequeña pieza doméstica de un gran valor sentimental realizada conjuntamente Aida Páez [JJ Perfecto Idiota añade: ese corto me valió además un sobresaliente al apropiarme de él para Historia del Cine Informativo jur jur. Agradecimiento eterno]). Empecé a maquinar de qué modo podría llevarme aquellas experiencias tan positivas que habían sido la creación de mis dos primeros cortometrajes a un terreno mucho más ambicioso como me parecía el del LARGOMETRAJE. Tuve una experiencia creativa y a la vez empresarial que me resulto muy constructiva a nivel humano pero que no me llevó a buen puerto haciendo la dirección de fotografía de un largometraje documental autorreferencial en el carnaval de Rio de Janeiro. No eran buenos tiempos para mi ego entonces, de modo que tratábamos de mostrar cómo se podía estar amargado y sin ganas de nada en la fiesta oficial de la alegría mundial. Nunca se llegó a editar.
Llegado a este punto ya tenía el grado de madurez suficiente como para saber que nadie invertiría un céntimo en un desconocido que además no era capaz de terminar siquiera de escribir un guión, con lo que sabía que además de autoproducirme tendría que construir la historia a partir de la acumulación de material como si de cine doméstico se tratara. Sin guión, sin dinero, perfecto para un soñador suicida. Además Madrid me echaba, era hostil al caminar por sus calles, todo eran recuerdos de tiempos mejores, me tocaba cambiar y para cambiar no hay nada como el exilio y para el exilio no hay nada como Berlín, o al menos nada tan barato. De modo que marché gracias a la inyección económica que me supuso el trabajar como director de fotografía en otro documental, esta vez en Libano. Un documental más tradicional al que lo único que aporté de mi mismo fue mi trabajo. Como debía ser.
Llegué a Berlín en enero del 2007 con una sola idea en la cabeza, una sola, hacer un largometraje. Otra vez autoproducido, otra vez autorreferencial. Aún conservaba mi cámara digital con la que había hecho los documentales el año anterior pero tuve que venderla para poder comenzar mi nueva vida y porque estaba ahogado por las deudas de mi experiencia empresarial en Madrid. La vendí y conseguí cubrirlas en parte y comprarme además una pequeña cámara de 16mm por e-bay (no era precisamente una ganga pero había
pertenecido a un tal Earl of Cromer, una especie de embajador inglés en Egipto. No sé por qué, me sedujo y la compré, aunque le faltaban el cargador de baterías y alguna otra minucia. Tenía buena pinta.)
Pasaban los meses y no conseguía ahorrar dinero para el cargador, la película de 16mm y los procesos de laboratorio que ahora tendría que costearme. Pero ya era capaz de llevar seis pizzas en las dos manos, lo que me aseguraba de algún modo el empleo en la pizzería donde aún a día de hoy trabajo. Se me fue mucho dinero en descubrir la ciudad y en la pequeña colección de discos con la que me estoy haciendo poco a poco. Ya en verano seguía con mi cámara en su funda sin que hubiese rodado un solo plano, hasta que un buen día
de agosto pude encargar el dichoso cargador, nuevecito, de la propia casa de la cámara. Tardaría dos semanas en llegar. Por el camino había producido Ulcer, en video, por cero euros, y Amor y pizza, en super 8, mucho más costoso de lo que imagine en un principio, una auténtica superproducción para lo que yo acostumbro a gastar.
Llegó el cargador y las primeras horas fueron de angustia ya que una luz que debía encenderse al contacto con la batería no se encendía y eso podía significar que la batería no funcionaba, lo que sería un drama que retrasaría mi rodaje hasta que pudiera comprarme una. Pero después de unas horas sin apartar la vista del cargador, éste se encendió y una gran sensación de júbilo me invadió. ¡Sólo faltaba la película!
En octubre era el cumpleaños de un buen amigo en Madrid y su hermana trató de congregar al mayor número de amigos posible para hacerle una fiesta sorpresa. No podía faltar, pero me daba mucha pena aparecer en Madrid después de nueve meses y tener que decir que no estaba rodando lo que quería. De todos modos fui y me tomé ese viaje casi como de promoción: la gente debía saber que aún estaba vivo, que aún rodaba cosas y que además el comienzo de mi proyecto en 16mm estaba muy cerca.