"¡No tienes por qué ir al infierno, estás en él! ¡Esto es el infierno!"
La casa de los 1000 cadáveres
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El film retrata también una juventud –una sociedad– hipertecnificada, adicta a las redes sociales y al universo vampírico de Internet pero alérgica a la realidad física –Myles/Deckard (Ryan Merriman), el adolescente que se hace pasar en la red por universitario y ayuda a Sara a sobrevivir, seguirá oculto tras su nick–, en un fascinante juego de espejos que va más allá de Scream y tonterías como El proyecto de la bruja de Blair (The Blair Witch Project, Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, 1999). En ese sentido, Halloween: Resurrection establece curiosos paralelismos temáticos con Demonlover, dirigida por Olivier Assayas el mismo año, e incluso preludia, en cierto modo, determinadas decisiones formales propias de [Rec] (Jaume Balagueró y Paco Plaza, 2007) y Monstruoso (Cloverfield, Matt Reeves, 2008).
Los adolescentes de Freddy contra Jason, el largamente esperado crossover entre los dos mayores iconos del horror pop (26), son todavía más anodinos: practicantes del feng shui paradójicamente obsesionados con sus cuerpos y la cirugía plástica (hay diversos ejemplos de actrices recauchutadas, en lo que supone también una vuelta de tuerca a la manida ironía posmoderna, convertida aquí en parodia hiperbólica y manierista, en el cartoon que ya avanzaban las últimas secuelas de ambas series), van siendo diezmados por dos psychos de origen claramente sobrenatural, no como los de Scream: "¡No estamos a salvo ni dormidos ni despiertos!", dice uno de ellos.
El film llega a invocar de forma explícita la matanza de Columbine –de hecho, dos de los jóvenes, Will (Jason Ritter) y Mark (Brendan Fletcher), son descritos por Yu como próximos a la paranoia y la esquizofrenia– y, en especial, la amenaza del terrorismo y la relación de los USA con Oriente Medio: cf. la discusión que mantienen el sheriff Williams (Gary Chalk) y el agente Stubbs (Lochlyn Munro) con el retrato de W. al fondo; la idea de que "es nuestro miedo lo que le da poder". Pero los adultos se muestran inoperantes ante la amenaza y la solución final pasa por el relevo generacional: el heterogéneo grupo formado por Will, Lori (Monica Keena), Kia (interpretada por la actriz afromericana Kelly Rowland), Linderman (el raro reconvertido en panoli, inspirado en el Peter Parker de Sam Raimi y Tobey Maguire, que llega a ensartar a Jason con la bandera estadounidense: Chris Marquette) y Freeburg (un fumeta salido de una comedia de Kevin Smith que se convierte en un John Lithgow adolescente: Kyle Labine) será el encargado de acabar con el delirante bodycount de Freddy y Jason, los asesinos de la juventud americana.
En este sentido, los monigotes de Negra Navidad (Black Christmas, Glen Morgan, 2006), Cuando llama un extraño (When a Stranger Calls, Simon West, 2006) y Una noche para morir (Prom Night, Nelson McCormick, 2008) están más cerca de los adolescentes de diseño de los psycho–thrillers de los 90: son guapos, vulgares y particularmente estúpidos, un hatajo de pijos natos. Las tres películas –remakes (más bien, desgraciadas puestas al día) de slashers clásicos de los 70 y primeros 80– heredan también el tratamiento aséptico de la violencia y el bombardeo de canciones AOR (ellas hasta piden canciones de Justin Timberlake), que relegan las obsesivas partituras de John Carpenter, Harry Manfredini o Charles Bernstein a un pasado mejor. No en vano, Black Christmas está producida por James Wong, firmante de Destino final y productor de otro innecesario remake: Willard (2003), también perpetrado por Glen Morgan. Ítem más: compárese el valor dramático de esa noche convertida en importante rito de paso en la Prom Night original con el otorgado en su penosa actualización, de una cursilería tal que el film alcanza alarmantes extremos de imbecilidad.
Así las cosas, son de agradecer aportaciones tan interesantes como las ofrecidas por Victor Salva –en Jeepers Creepers (2001) y Jeepers Creepers 2 (2003)–, Marcus Nispel –La matanza de Texas (The Texas Chainsaw Massacre, 2003) y Viernes 13 (Friday the 13th, 2009)–, Rob Schmidt –Km. 666 (2003)– y Rob Zombie –Halloween. El origen (Halloween, 2007)–, quienes vuelven a pasear a sus jóvenes personajes por espectrales lugares de la América más profunda e integrista, lo que constituye toda una declaración de principios: la recuperación del american gothic en una época en la que se ha percibido sensiblemente la existencia de lo espantoso.
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En paralelo a ellos, en el díptico Hostel (2005) y Hostel 2 (Hostel: Part II, 2007) Eli Roth entrega una crítica del comportamiento prepotente y estúpidamente reaccionario de los estadounidenses cuando salen de su país –ya recogido en títulos como Un hombre lobo americano en París (An American Werewolf in Paris, Anthony Waller, 1997)–, plasmada en el viaje de unos mochileros retrasados por una Amsterdam llena de tópicos y una Eslovaquia tan pintoresca que parece trasplantada de alguna vieja película de terror de la Universal, y una nueva muestra del instinto depredador y el primitivismo del ser humano (representados en un par de exitosos hombres de negocios), respectivamente.
La pregunta, en fin, supongo que es: ¿Cambiará la victoria de Obama esa visión de la condición humana que transmite el cine de terror estadounidense contemporáneo, no por tenebrosa menos real? ¿Seguirán siendo los adolescentes de celuloide presa de horrendos adultos enmascarados y su muerte atroz metáfora de los demonios sociopolíticos del momento? Y si no fuera así, ¿en quién nos cebaremos entonces?
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